Blogger Template by Blogcrowds.

Con la mirada perdida y el cuerpo inmóvil, poco a poco notaba como desaparecía la tensión de las facciones de su cara. Ya no sentía aquel dolor punzante que le hería el alma y la vida. Un hormigueo le recorría la columna. Y los brazos, los brazos ya ni los sentía. Poco a poco se iba relajando, y pese a la hora, empezaba a experimentar sueño. Era por la mañana, eso lo tenía claro, pero los calmantes no le habían hecho efecto ningún día, así que sin duda era una señal de que le estaba llegando el momento.

Pese a su avanzada edad, había sido siempre una mujer fuerte, activa y vivaracha. De hecho, aún permanecía en sus ojos aquella chispa que tantas pasiones había levantado en su juventud. La mente la tenía despejada, y la conciencia tranquila. Se sentía amada y arropada, y ni por un momento se había arrepentido de vivir como lo había hecho.

Los años son crueles, y las vivencias asesinas, pero lo que la estaba matando era algo mucho más terrenal. Su cuerpo se consumía, y la llama se le apagaba. Aquella hoguera que fuera su espíritu en tiempos, era ahora, poco más que una triste cerilla amedrentada por el viento.

Los párpados empezaban a pesar, y aunque hacía ya bastante que no conseguía ver con claridad, vislumbraba una tenue luz que poco a poco se convertía en sombra. Ya no podía oír a los que la acompañaban en este trance, y lentamente, junto con sus sentidos, desaparecían también sus temores.

Dejó de sentir el peso de su cuerpo. Los hombros se habían relajado, y la mandíbula se escapaba a su control. En un fugaz instante de conciencia, pensó en los suyos, pero le fue imposible retener ni por un momento las ganas de vivir.
Solo una presión en el lado izquierdo de su pecho le hizo reactivar la sensibilidad. Pero duró un suspiro. Luego todo se acabó.

Tan sólo algunos sollozos y susurros coparon la habitación. Una habitación, que la había visto nacer a ella, a su madre y a su abuela, y que del mismo modo que a sus predecesoras, también a ella la había visto morir. En las paredes latía una carga emocional de varios siglos, y un halo de historia convertía ya casi en santuario aquel rincón de la casa. El papel pintado, de un tono burdeos con motivos dorados, que por culpa del castigo de los años, era ahora marrón con trazos de color marfil, recargaba y empequeñecía el ya de por sí poco espacioso cubículo. Tan sólo una mesita y una cómoda de media altura servían de mobiliario, y una cruz en lo alto de la pared atestiguaba las creencias de la anciana.

Podía ver a sus dos hijas, abrazadas, vestidas de riguroso luto con traje chaqueta de color negro, tocado y redecilla. Sus respectivos miraban al suelo, sin saber muy bien que decir o que hacer, desde la puerta que daba al pasillo. Su nieta no estaba allí, ya que era aún demasiado joven para pasar por un trago tan amargo. Parecían todos tristes, pero no desconsolados. La suya era trayectoria trazada por los médicos con desalentador acierto, y el macabro calendario se había cumplido rigurosamente.

Con una sonrisa risueña no podía dejar de contemplar a las dos mujeres en las que se habían convertido sus pequeñas. Recordaba gratos momentos que le habían brindado, y una especial ternura que le contagiaban. Pero absorta en sus memorias, no se daba cuenta de una realidad que estaba a punto de descubrir.

Se sentía ligera como un soplido aire. Ya no le impedían sus viejas y cansadas articulaciones. Veía con una claridad, que no recordaba haber tenido jamás, ya que desde chica tuvo que soportar el tedioso acarreo de gruesas lentes. Sentía como el viciado aire de la estancia la acompañaba a cada movimiento, y se encontró observando a su familia desde uno y otro punto, dándoles la vuelta, rodeándolos, los miraba de frente de perfil y de espalda, y fue en ese preciso instante cuando se temió lo peor. Sintió miedo y angustia, y no sabía si gritar, correr, o esconderse en un rincón. En cualquiera de los casos, ellos no la veían a ella.

Estaba claro, su alma herraba por el cuarto, de un lado a otro, con esa inusual ligereza por que su vida había terminado. Sin embargo, pensó, yo estoy aquí…
Desvió la mirada hacia la cama y encontró su cuerpo, más demacrado por la vejez de lo que ella creía, cubierto hasta el pecho con una sábana blanca. Tenía los ojos cerrados, la frente despejada y el pelo algo alborotado. Sus manos descansaban a la altura del vientre, y su tez aparentaba paz. Vestía aquel camisón blanco y azul que le habían regalado para su aniversario, y aunque no era su favorito, le satisfizo saber que estaba a la altura de la situación.

Poco a poco, recuperada de la impresión de verse muerta sobre la cama, empezaron a asaltarle algunas dudas que en cierto modo le sobrecogían. ¿Qué pasaría ahora? ¿Iría al cielo, al infierno, al purgatorio o a algún otro lugar, en dónde se reunían las almas? ¿Era un fantasma? ¿Dejaría de serlo?

- No te preocupes, al principio resulta duro, pero nosotras estamos aquí para ayudarte.
Dio un brinco, y se giro despavorida. Lo último que esperaba en medio de aquella paz y silencio de su velatorio, era volver a escuchar la voz de su madre.

- ¡¿Mamá?! – Exclamó, con una voz temblorosa, que tenía tono de llanto, y que se quebraba como una rama seca. – Te he echado de menos mamá.
- Si yo a ti también, hija – contesto su madre con lágrimas en los ojos.

Se contemplaron con la amargura del tiempo de añoranza que ambas habían sufrido, y no fue necesario que mediasen más palabras, ya que sus miradas expresaban más de lo que ninguna palabra es capaz de describir.
Sin embargo, se vieron interrumpidas. Una voz surgió de una esquina, y con firmeza y carácter, les reprimió:

- Cuando acabéis con vuestras ñoñerías, nos pondremos en marcha. Tenemos mucho que hacer.

Se trataba de su abuela, que aunque ella apenas la recordaba ya que falleció cuando contaba sólo con cinco años de edad, había escuchado de su madre mil y más historias acerca de ella, de su especial carácter y de su genio. Sin duda este último permanecía intacto.

Así, por fin, se reunieron en un fantasmagórico reencuentro las tres generaciones de regentas de la familia. Mujeres que con su poder matriarcal, habían liderado la poderosa familia que dirigía las tierras del este de la península. Una saga con tradición de poder, dinero e intereses cruzados, compuesta por acaudalados terratenientes que ahora lucharían por el nuevo control, liderazgo, y por supuesto dinero, de la familia Raich-Emmerson, la más poderosa a este lado del océano.

Continuará…





Continua en la 2ª Parte.

5 Comments:

  1. Anónimo said...
    Sorprendente una faceta que ignoraba por completo, aunque no es de estrañar ya que como a toda la demás gente de EGB nos conocemos pero en realidad no sabemos nada de los demás.

    Felicidades por tu blog sigue con ello.
    Anónimo said...
    bienvenido al mundo de los blogs!!!!
    Anónimo said...
    Vaya relato, me ha gustado la forma en que escribes.

    ¿Será eso lo que nos ocurre cuando morimos?, ¿es el comienzo de un viaje y el reencuentro con nuestros seres ya muertos?

    Gracias por tu visita. Nos leemos.
    Alex said...
    Gracias x comentar jabel.

    No sé que pasará cuando nos morimos, y supongo que eso dependerá en gran medida de la forma en la que ocurra.

    Esta forma me parecía idónea para empezar una historia, así que me decidí a escribirla. Por desgracia tengo poco tiempo, pero prometo continuarla.

    Saludos!!
    Pedro said...
    Una buena puesta en escena. La recreación del hogar familiar me ha parecido fabulosa. Luego la escena de la "resurrección" ha puesto en juego el elemento mágico después de un comienzo muy realista. me ha gustado la mezcla.


    Un saludo,


    Pedro.

Post a Comment



Entrada más reciente Entrada antigua Inicio