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Ya podía oír el ensordecedor ruído de las máquinas demoledoras. Sabía de sobra que alguna vez debía llegar aquel día. Sin embargo, sentía un enorme pesar al saber que su existencia se vería resumida a un montón de fragmentos de roca mezclados con varias toneladas de escombros.

En su impertérrita apariencia rocosa, la gárgola gótica que durante varios siglos había presidido la fachada oeste del enorme palacete, sentía, como tantas historias jamás contadas, enmudecidas en la grandeza de la construcción y el olvido de los años, desaparecerían junto con ella para dar cabida a Dios sabe qué moderna edificación. Era desde ese lado de la colina, acompañada del imparable avance del tiempo, cubierta de nieve durante los interminables periodos invernales del norte de Europa y acariciada por las suaves brisas primaverales digna de la más bella de las campiñas, desde dónde, un día tras otro, había contemplado con horrorosa majestuosidad, todas y cada una de las puestas de sol que la habían acompañado durante su inmóvil existencia. Había visto crecer a la ciudad a los pies de la colina, extendiéndose a lo largo de la ribera del río, y llenándose de luz por las noches. Disfrutó de los cerezos en flor en primavera, y de los tostados colores del otoño pincelando las montañas del horizonte en el otoño. Pero todo eso iba a terminar.

Y sí, querido lector, si ha prestado la debida atención al párrafo anterior, tal vez haya caído en la cuenta de que a modo de anécdota, y pese a lo que en la mayoría de los casos se ha creído, nuestra grotesca y enmohecida gárgola posee sentimientos propios. Sentimientos tan humanos como la soledad, la nostalgia o la impotencia, y a su vez, virtudes tan primitivas como la paciencia o la comprensión. Y era al edificio, y al resto de gárgolas y esculturas, talladas todas ellas en piedra, que adornaban fachadas y jardines, que custodiaban, cual rocoso ejército de bufones, la casa y sus aledaños, a quien prestaba la mayor de sus compañías. Claro está, que el hecho de permanecer incrustada en un muro de gruesos bloques de piedra facilitaba las cosas. Aún así, a diferencia de las otras figuras, este gran pedrusco trabajado, poseía una cualidad única entre los abalorios del palacio: Podía pensar.
Además, varios siglos de inmóvil meditación, más las experiencias vividas por los habitantes de la casa, y de las cuales ella había sido, en la mayoría de los casos, testigo de honor, le habían proporcionado una capacidad de análisis de las situaciones, un conocimiento de las gentes y una anticipación a los acontecimientos, probablemente, y a mi entender, muy superior a la de la mayoría de las personas.

Aunque carente de expresividad,- o al menos más allá de la que le diera el escultor que en ella reflejó el temor a los más inimaginables demonios, en parte producto de las creencias populares de la época, en parte producto de la más profunda y enfermiza de las locuras - la dura roca granítica, nuestra amiga - por el afecto que le estamos tomando ya desde un inicio- experimenta sentidos y sentimientos, reprimidos durante el paso de los años, agudizados por una basáltica represión, y por la más absoluta de las soledades que pueda sufrir una pedazo de roca maciza encaramada en lo alto de una cornisa.

Había asistido, en varios periodos, al doloroso trauma de la guerra. También había gozado de las risas, juegos y correteos de los niños, con su alegría y su ternura, con la inocencia y la ingenuidad como denominador común, cuando aquel lugar había sido, colegio primero, y orfanato después. Anteriormente, el palacio, había sido propiedad de un barón, que durante un puñado de años habitó la casa. Bueno él y su séquito, formado por más de una docena de criados, casi una veintena de doncellas, un ama de llaves, un cochero, dos cocineras, un jardinero y tres o cuatro concubinas, que aunque no vivían allí de forma permanente, gozaban de tal asiduidad, que ya eran contadas como miembros del servicio. Quizás aquellos fueron los años de mayor grandeza del palacio, gracias a las innumerables fiestas de sociedad allí celebradas, a despilfarradoras galas y embriagadoras concentraciones (Véase pues, la concentración de embriagados allí presentes). Pero por desgracia, esas mismas celebraciones fueron las que pusieron fin a la grandeza y opulentismo del barón, que en un arrebato de cólera, inducido por un desamor, el exceso de alcohol, y la más excéntrica de las soberbias, prendió fuego a la biblioteca, que a su vez, y después de devorar los valiosísimos manuscritos, libros y tratados allí guardados, se propagó, una tras otra, a casi todas las estancias, del castillo.
Todavía recuerda el calor de las llamas golpeándole en el rostro. De haber tenido pies, se los hubiera quemado seguro, pero por suerte, ésta es una gárgola sin pies, de las que sólo asemeja un torso, retorcido y encorvado, con escamas cuidadosamente talladas en su piel, con cabeza mitad de hombre, mitad de bestia. En lo alto del espeluznante busto, le habían esculpido un casco gótico, con una enorme punta de lanza saliendo de él y apuntando hacia el cielo. Era esa misma punta de lanza la que en dos ocasiones había servido de blanco para sendos rayos, que sobre ella habían descargado su rabia. Quizás se debiera a que junto al granito de su pétrea existencia, algunas partículas de metal imantado, procedentes de las propias herramientas del artista que le dio forma, se quedaran incrustadas sobre su superficie. O quizás fuera, únicamente, debido a que durante un breve periodo de tiempo, en el que aún no se sabe por que motivo, algún iluminado se llevó la lanza de cobre que presidía el tejado a modo de para-rayos.
Dos cortos y recios bracitos, sostenían, una breve e inservible espada de piedra en una mano, y en la otra un escudo con una enorme cruz, tallado junto al cuerpo y formando parte del mismo. Semejante estampa, se justificaba con el pavor de las gentes hacia los espíritus y almas en pena, y que para defenderse de ellos, adornaban los tejados y paredes exteriores de los grandes edificios con gárgolas de horribles criaturas, a las que se atribuía el poder de ahuyentar a los fantasmas. De hecho, era basándose en este precepto, por el que concebían a semejantes esculturas con la mayor de las fealdades posible. Es más, tan horrible era su visión, que en diversas ocasiones su continuidad en lo alto de la cornisa había peligrado, ya fuera por petición de los curas, del barón, o de alguna de sus caprichosas concubinas. Pero en todas las ocasiones consiguió esquivar semejantes propuestas, gracias en la mayoría de ellas a su arriesgado emplazamiento, a más de veinte metros de altura, sobre un pequeño saliente en la pared, cerca del empinado tejado, pero suficientemente alejada de las ventanas para impedir el acceso a ella. Sus más de doscientos kilos de peso también habían influido a favor de su continuidad sobre el muro.

En los últimos tiempos, el palacio había estado deshabitado, llegando al más terrible de los abandonos. Se había perdido por completo la soberanía sobre la cuidad que le otorgaba la colina, y el crecimiento urbano lo había engullido, hasta olvidarlo entre muchos otros edificios semiderruidos de la zona. La soledad no era un problema, ni para ésta, ni para ninguna de las estatuas que perfilaban la macabra silueta del edificio. Sin embargo, a nuestra gárgola, lo que la seguía matando era no poder cambiar de postura.

Pero todo eso tocaba a su fin, las enormes grúas habían empezado a derruir los muros, y sentía el temblor y la angustia de la piedra al caer estrepitosamente sobre lo que fue un maravilloso suelo de mármol. El edificio se hundía por momentos, y esa iba a ser su última puesta de sol.





2 Comments:

  1. Luna Carmesi said...
    Ayer te leí en fin de semana... Quería ver los videos de tus otros blogs (¿Cómo puedes tener tantos?) y se me colgó el ordenador de forma estrepitosa (Multitarea? Ja!).
    No soy amante de los relatos de ciencia ficción, pero en este me ha gustado la naturalidad del ...informe... vamos que me ha gustado!
    Permíteme una sugerencia... En grandes textos como este pon una alineación justificada en ambos márgenes... Ya veras como facilita la lectura. Bueno... es una opinión.
    Por cierto...
    :-O
    Veo distintos diseños según el navegador! Con el Firefox (ayer lo vi) se te ve genial el diseño... Con el Explorer no existe ese diseño.
    :-/
    Alex said...
    Hola Luna!! Gracias por pasarte y por tener paciencia para leer "mis cosillas".

    Lo de tener varios blogs es sencillo, sobre todo cuando te des cuenta de lo poco que los actualizo. XD.

    Además, en realidad, uno es un duplicado de otro casi igual, y otro blog es compartido, y en él solo escribo algunas entradas, pero todo el resto lo llevan mis co-bloggers. XD.

    Interesante apunte lo de justificar el texto. Tomo nota.

    Vaya!!!! pues a mi me funciona bien en los dos, de ahí que no haya detectado el problema.

    ....mmmm.....ahora me explico algunos comentarios que he recibido sobre los colores. jeje, normal!!

    Eso tiene peor arreglo. Quizás tenga que archivar la plantilla y buscar algo "menos fosforito" pero más funcional.

    Ala, ya tengo trabajo!! MAS TRABAJO! XDD

    Besos.

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