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Para honor de este blog y del que en él escribe -un servidor-, mi amiga Clementine, desde el blog El Diario de Clementine, me invita a darle continuidad a esta interesante historia participada por gran número de bloggers.

Para hallarle sentido, es primordial que la leáis por completo -no os llevará mucho rato-. Podéis hallar la historia completa, en el blog Crónica de una unión anunciada, del cual es originaria gracias a la impetuosa creatividad de nuestras queridas Rosita y Pitufina.

Capítulos 1 a 17. Historia Continuada.

Capítulo 18. La Estirpe de Zarathustra.
Capítulo 19. El diario de Clementine.

NOTA: Si eres una mujer embarazada, te aconsejo que no leas esta parte de la historia.

- Capítulo 20 (XX para los nostálgicos). Mil Mundos de Fantasía.

Unas franjas de puntos barrieron diversas veces la pantalla de arriba a abajo, mientras un intenso olor a plástico quemado acompañaba la blanquecina y leve humareda que emanaba de la parte trasera del monitor. Ahora podía verlo más claro, pero… ¡No podía ser!

Un agudo chirrido, incesante y penetrante, de esos que van más allá de los tímpanos para atravesar los pensamientos, se alzó en la sala haciendo inaudible cualquier otro sonido. Los rostros de las tres cabezas asomaron de uno en uno desde la nebulosa de la ecografía. Uno de ellos se matizó y aproximó para tornarse más visible. Guardaba un sorprendente parecido con Jimmy. Incluso podía apreciarse el hoyuelo de su barbilla, que resaltaba con una burlona sonrisa mientras clavaba sus ojos en el fondo de la mirada de Laura.


Se erizó todo el bello de su cuerpo con tan hipnotizante revelación al mismo tiempo que el rostro se desvanecía en la negrura del fondo de la imagen. Aquel ruido infernal que lo anulaba todo y que por algún extraño motivo no daba más opción que seguir mirando el monitor, cambió el tono y aumento en su volumen para hacerse aun más insoportable.

Dos nuevas franjas de puntitos blancos emborronaron durante unos segundos la pantalla. De nuevo, un rostro aparecía con claridad. Esta vez, el niño era –por que era un niño- el vivo retrato, pero con matices ciertamente macabros, de un fugaz pero no por eso menos insolente Carlos. Su mandíbula rectilínea, una frente despejada y unos ojos profundos le otorgaban una terrorífica serenidad. Éste no sonreía, pero probablemente, su seriedad inquietó aun más a Laura, que las burlescas comisuras de los labios del primer rostro.

Sus brazos flaqueaban por culpa de los temblores y apenas tenía ya fuerzas para mantenerse incorporada en la camilla. La mano derecha resbaló desde el filo de las sábanas, y su codo soportó la carga de su espalda que se quebraba de dolor.

La imagen se apagó en un círculo convergente hacia el centro, como si se hubiera producido un corte en el suministro eléctrico. Pasados dos eternos segundos, apareció de nuevo, pero en lugar de quedarse fija, bailoteó de arriba a abajo, se dividió por la mitad, se volvió a unir, se emborronó una y otra vez con los malditos puntos blancos, para de repente mostrar un rostro caótico, con los ojos girando en círculos por encima de una diminuta nariz. Bultos de diversos tamaños se desplazaban sobre la parte superior del cráneo, emergiendo y ocultándose sin orden ni ritmo aparentes. Una boca desproporcionada con los labios de una mujer anciana, gesticulaban, mientras dos orejas asimétricas se cruzaban en la frente para intercambiar sus posiciones.

El doctor yacía inerte en el suelo con la bata teñida de la roja sangre que brotaba de su nariz. Tenía la boca abierta y la parte superior de su dentadura postiza había salido proyectada hacia la puerta antes de caer al suelo partida en tres trozos.

El angustiado rostro de Laura reflejaba el más inverosímil de los horrores. Sus ojos que apuntaban al infinito, se cerraron en el mismo momento en el que de repente se ahogó el estridente ruido ensordecedor. Su cuerpo se desplomó sobre la camilla al desmayarse y el rebote de su espalda en la incómoda tapicería de polipiel, la lanzó hacia la abismal caída libre que tenía como final el frío suelo de la consulta.

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Y después de completar el desafío -espero que con éxito- le paso el marrón el regalito a Kassiopea.

Saludos.


Leer la historia desde el principio.
Leer el capítulo anterior.

Las lejanas sirenas de la policía, hicieron más grande, si cabía, el nudo que sentía en la boca del estómago. Tres cadáveres en mi camino, no eran un buen aval ante las autoridades locales, así que creí oportuno poner pies en polvorosa y abandonar el lugar. Obviamente y por algún motivo, hasta el momento, ajeno a mi comprensión, me había involucrado sin saber cómo en una trama de muerte, espionaje, intereses y por tanto, dinero. No entendía de que se trataba, ni siquiera sabía quién era el artífice de tan macabro espectáculo. Pero de algo ya estaba completamente seguro. Mi vida corría peligro.

Albergaba la esperanza de esclarecer el asunto y despejar algunas dudas en mi encuentro con Emily. Al bajar del avión me dio una dirección y me dijo el momento exacto en el que tenía que acudir a ella. De hecho, me indicó que debía estar allí a la hora precisa.
Ni un minuto antes, ni un minuto después. –Aun a pesar de llevar ya varios meses en Malasia, no terminaba de acostumbrarme a ciertas manías de sus gentes, como era por ejemplo, la cuestión de la puntualidad-.

-¡Psssst! ¡Psssst!

Volví mi mirada hacia la portezuela que conducía a la trastienda. De ella, asomaba temerosa la cabeza del anciano, que al verme esbozó una amigable sonrisa y me indicó con la mano que le siguiera. No tenía muchas opciones. Por un lado, las sirenas de la policía sonaban cada vez más cercanas. Por otro, desconocía si el francotirador aguardaba paciente a que yo me dignara a salir de nuevo a la calle para dispararme a mí también. Sin soltar el arma, me aventuré en el oscuro almacén trasero. El hombre, con sumisas reverencias, me señaló una gran caja de madera, para a continuación, volverse hacia una destartalada furgoneta. Sin duda, me estaba proponiendo una vía de escape. Sin embargo, el hecho de dejarme encerrar no terminaba de convencerme. En un arrojo de decisión, el hombre que ya había cargado la caja en la parte trasera del vehículo, estiró de la manga de mi camisa para conducirme al interior del cajón. Frené mi entrada colocando las manos en el borde de madera y dirigiendo una amenazadora mirada a mi improvisado cómplice. Sin embargo, éste sonrió y me empujó amablemente hacia el interior. Me encerró colocando una gran tabla de madera y tapó todo con una lona. El hombre arrancó el depauperado motor de la camioneta, que pedía a gritos la jubilación, o cuanto menos, un buen puñado de ajustes y retoques. Circulamos durante un rato por las calles de la zona portuaria. El olor del salitre y pescado se filtraba por debajo de la lona y algunos rayos de luz rebotaban en el suelo metálico. Nos cruzamos con los coches de policía que se dirigían hacia el callejón y mi única opción era esperar a que parásemos en algún lugar. Al cabo de un rato, la furgoneta se detuvo y el motor se paró. Al fin, podría abandonar el asfixiante calor del bambú y acudir a mi cita con Emily. El anciano me liberó de mi breve encierro y me sonrió.

¡No podía creerlo! Me había llevado a una localidad en las afueras de la ciudad. Ahora debería darme auténtica prisa si quería llegar a tiempo. Empecé a sudar, en parte por lo inoportuno del emplazamiento, en parte por que el sol empezaba ya a clavar sus dardos en mi piel.

Aquel hombre no dejaba de sonreír, lo que estaba empezando a resultarme notoriamente irritante. Sin embargo todo cambió en un instante. Mi irritación se trastornó en ansiedad al oír de nuevo sus palabras:

- Emily, señor. Por aquí. –Y el anciano caminó con garbo hacia una casa de madera que se encontraba junto a la playa a unos doscientos metros del camino-.
- ¡Espere! ¿Quién es usted? ¿Qué sabe de Emily? –Le pregunté mientras le alcanzaba con dos grandes zancadas-.

El hombre sonrió de nuevo. No me quedó más que seguirle, mientras me fijaba en la lujosa casa de la playa. Sin duda, aquella no era la casa de un mercader. Se trataba de una finca protegida por un gran muro, del cual yo no me había percatado pues habíamos cruzado la puerta mientras me hallaba enclaustrado en la parte trasera de la camioneta. Un inmenso jardín, cuidado hasta el extremo y con gran variedad de plantas y flores adornaba –en exceso para mi gusto- los alrededores de la mansión.

A cada paso que daba, con cada cosa que ocurría a mí alrededor, sentía que era por momentos, más y más vulnerable. Desconocía todo cuanto me rodeaba -y aunque yo no me defino como una persona metódica, sí es cierto que me gusta mantener el control de la situación-. Sólo esperaba encontrar a Emily de una vez y que ella me aclarase todo lo sucedido desde mi visita al templo de Borobudur. ¿Qué tenía que ver yo en todo aquello?

Continuará…

Leer el siguiente capítulo.


Una vez más, mi amigo Darken del blog Cuentos de Adarkan, me otorga una bonito premio, esta vez en forma de arbolito, para que lo riegue y lo haga crecer, igual que crece nuetra amistad.


¡Gracias, Darken!


El latido de mi corazón era cada vez más fuerte. Me acercaba a la calle principal, sin saber que o quién me esperaba allí. Algo en mí, me gritaba– ¡corre, corre!-. Sin embargo sentía la inevitable necesidad de averiguar lo que había detrás de aquel atroz asesinato.

La claridad del amanecer junto con una densa bruma, emblanquecían el ambiente dotándole de una inusitada irrealidad. Temí por un momento hallarme inmerso en un profundo sueño, pero el escozor de mi antebrazo me reveló la autenticidad del momento. El único sonido audible era el lejano graznido de algunas gaviotas que sobrevolaban los tejados. No había nadie por las calles, ni siquiera coches camiones o bicicletas. La música de aquellos antros de lujuria había cesado, y sus neones, ocultos tras la niebla, habían ahogado sus gritos de color para callar en la austeridad de un callejón desierto. El olor a orín de los rincones se mezclaba con el hedor de las alcantarillas. Tuve que abrir la boca, mientras hacía una mueca, para tomar aire antes de asomarme.

En un rápido gesto, asomé la cabeza sólo por un instante. La giré ciento ochenta grados y en menos de un segundo realicé un rápido reconocimiento visual para, al instante, volver a estar a salvo de las miradas furtivas. Cerré los ojos y me concentré -en la academia me habían enseñado a realizar aquel movimiento-. Dibujé en mi mente todo lo que mis retinas fueron capaces de retener en un solo vistazo. Podía ubicar una puerta abierta en un edificio cien metros a mi izquierda. La ventana del segundo piso del edificio contiguo se encontraba también abierta. Asomaba por ella una desgarrada cortina de color amarillento. Casi delante de la bocacalle, levemente mirando hacia mi derecha –lo que sería a la una, en argot militar- una persiana a medio bajar de un comercio. Justo al lado, un montón de basura, con trozos de madera desparramados en parte por la calzada. Otra ventana abierta justo tres pisos por encima. Empezaba a pensar que existían demasiados puntos peligrosos en aquel panorama y que sería imposible cubrirlos todos, ya que si avanzaba hacia unos, dejaba los otros a mi espalda. Continué trazando los negativos desde el fondo de mis ojos. Había algo más que se me pasaba por alto. Algo blanco, cincuenta metros a la derecha. Ahora lo veía mejor…

Se trataba de una furgoneta blanca. Aunque no podía estar totalmente seguro, ya que en aquella ciudad –y no se yo por que motivo-, la mayoría de furgones de transporte eran de ese color, un pálpito me insinuaba que tal vez se tratara de la misma que aguardaba mi llegada al hotel.

Me asomé de nuevo, pero esta vez sólo me fijé en aquel punto. No podían apreciarse figuras en su interior. El escape parecía no emitir humos, aunque era difícil afirmarlo con certeza. Su motor no podía oírse, y la suave brisa soplaba a favor. Temía que si salía por el otro lado del callejón, me esperasen a modo de emboscada, ya que es lo que previsiblemente haría cualquier neófito. Sin embargo, decidí que lo mejor era salir por sorpresa. Tal vez tuviera suerte y no pudieran reaccionar a tiempo. O quizás desde alguna ventana esperaban a que hiciera precisamente eso. No lo pensé por más tiempo. Aferré la culata de mi pistola con fuerza, apreté los dientes hasta oírlos rechinar, y eché a correr, apuntando hacia el vehículo en todo momento, hasta la persiana que tenía prácticamente delante. Probablemente, fueran los treinta metros más rápidos de mi vida, o al menos, eso seguro, unos de los más tensos. Me tiré al suelo del interior de la tienda de pescado. Un hombre de edad avanzada abrió los ojos como platos, pero antes de que mediase palabra, le apunté a la cabeza, me lleve el dedo índice a los labios y le indiqué que permaneciera en silencio. Sin poder planear mi siguiente movimiento, escuché como se cerraban las puertas del furgón. Unas palabras en la lengua indígena, me auguraban, a pesar de no entenderlas, un futuro desalentador. Pero lo que logró hacer que me estremeciera de miedo, fueron dos ruidos sordos provenientes del exterior. El sonido hueco de un disparo es inconfundible, sobre todo si no hay más sonidos que escuchar. El grito de un hombre desgarró el aire y acto seguido un nuevo disparo y el ruido de unos cristales rotos.

Aquel anciano se encontraba al borde del colapso. Se había tirado al suelo y se tapaba la cabeza con unas manos maltrechas por el duro trabajo de muchos años de subsistencia. Los temblores bien podían ser confundidos por espasmos epilépticos. Estaba realmente muerto de miedo. Fue en ese instante cuando comprendí que al haberle apuntado yo primero, con mi arma, pensó que yo estaba allí para poner fin a su vida. Afiancé mi arma entre mi pantalón y mi piel. Me agaché y le puse una mano sobre el hombro, apretándole ligeramente como en un gesto de confianza. El hombre abrió los ojos y me miró por entre sus dedos. Le señalé la portezuela que daba a la trastienda y le hice repetidos gestos para que se marchara. Renqueante, el anciano se levantó como pudo, y apoyándose en los muebles de la pared, arrastró los pies para perderse por detrás de la cortina.

No se oían más disparos, ni voces, ni motores. Absolutamente, nada de nada –excepto las gaviotas, que seguían graznando cada vez con más intensidad, probablemente por la llegada a puerto de alguno de los pesqueros que faenaban de noche-. Asomé mi cabeza por debajo de la persiana. El furgón tenía un agujero del tamaño de una pelota de golf en el parabrisas. Sobre la parrilla frontal, y sentado en el suelo, yacía cubierto de sangre y con el rostro totalmente destrozado, un hombre que sin duda había sido alcanzado por una bala de gran calibre –como las que utilizan los rifles de asalto americanos, que son mayores que las rusas-. La portezuela derecha del furgón estaba abierta y se mecía ligeramente por la brisa, que se estaba convirtiendo en un viento de los que anuncian tormenta. A unos dos metros, en medio de la calle, otro hombre abatido. El aire ondeaba los jirones de su camisa que con el color de la sangre parecían aquellos banderines que adornan las terrazas durante los festejos. Nadie más. Ni un alma, ni un respiro, ni siquiera ya, el graznido de las gaviotas.

Continuará…

Leer el siguiente capítulo.


La verdad es que hoy me he llevado una agradable sorpresa cuando he encontrado en mi correo la notificación de un comentario de Pandora, que desde Caracas nos informa con su blog Resistencia Santiago de León de Caracas sobre la situación social y política de su país. No sólo me ha resultado interesante el fenómeno de ser leído desde el otro lado del globo (lo que denota cierta internacionalización de este blog), si no que además me he sentido especialmente halagado por su comentario en la entrada en donde publica este premio.


Pandora, un millón de gracias, por el premio y por acercarnos un poquito más a la realidad política de tu país.

Para los que crean que lo que allí sucede no nos afecta a todos los demás, deberían saber que Venezuela se encuentra entre los mayores exportadores de petróleo del mundo (junto con Trinidad y Tobago, son los mayores de latino-américa).

Es un premio que se otorga a aquellos blogs que, a nuestro juicio, den en el blanco con sus comentarios. Blogs que con un estilo propio nos informan, nos hacen viajar con nuestra imaginación, nos enseñan sobre la vida y sobre muchas otras cosas. Blogs que al fin y al cabo, son totalmente insustituibles.

Al recibirlo se tiene derecho a exhibir la imagen del premio, publicar un enlace al blog que lo ha entregado y a su vez se deben seleccionar 15 blogs para ser reconocidos con este premio. Ya queda de parte de los premiados aceptar el premio o no aceptarlo. Procedo a cumplir con la parte que me corresponde.

- Azules.
- El diario de Clementine.
- Vamos a sacarle punta al mundo.
- Red eye inside.
- La mami.
- Soñadora Empedernida.
- Animales de todos los continentes.
- Hitlercito semanal.
- Twentydur's.
- Desde la tienda.
- Pasa de todo.
- El rincón del relax.
- Mi madre es idiota.
- La ortiga.
- El desván de luna.

Aunque tengo muchos más candidatos, a los que sin duda les otorgaría gustoso este premio, he optado por algunos blogs sobre los que no había hecho mención alguna hasta el momento, y que creo que todos deberíais conocer. Cada uno en su estilo es, sin duda, único e irrepetible y lleva impregnada la huella personal de su autor.


Pues la incesante y brillante Silvia, del blog de La Estirpe de Zarathustra, me otorga este bonito premio, así que aquí lo luzco para que lo contenpléis. (Y rabiéis de envidia cochina si vosotros no lo tenéis). XD


Empiezo a tener más copas que Ernesto de Hannover!!! XD

Para mí, es un placer otorgarle este bonito regalo, a los que más fielmente me seguís, leéis mis cosillas y dejáis vuestros comentarios. (Puede que alguno ya lo tenga, pero me parece apropiado dároslo de nuevo).

- La Estirpe de Zarathustra. Vitalweb.
(Aunque tú me lo has dado a mi. Corremos el peligro de entrar en un bucle sin fin, que perdure más allá de las limitaciones de los planos del espacio-tiempo y nos mantenga por el resto de la más infinita eternidad, entregándonos el mismo premio una y otra vez. Eso sí, siempre con una sonrisa en la cara).

- Cuentos de Adarkan. Darken.
(Por que yo se de buena tinta lo difícil que es encontrar un poco de tiempo para poder escribir. Tu lo encuentras, nos deleitas con tu novela y no dejas de pasar a leer y comentar los blogs de los demás).

- Mi Mundo. Leinad22.
Por estar siempre ahí. Por ser un seguidor fiel de los que dejan buenos comentarios. Por la variedad de tu blog. Y por que me da la gana. XD

- Mi mundo y sy fauna. +susana.
Por la calidez de tus comentarios, la intimidad que nos descubres en tu blog, y también por que me da la gana. XD

Y no se lo doy a nadie más, que hoy estoy de un vago que no veas. XD

Si no lo has hecho aún, te recomiendo que leas primero:
- Crónicas de Adalsteinn (1ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (2ª Parte).

- Crónicas de Adalsteinn (3ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (4ª Parte).


Por un momento, dudé de si esto era un sueño. Tal vez, y a pesar de no recordar nada, había tomado alguna sustancia psicotrópica que me provocaba estas curiosas alucinaciones. Pero, yo no recordaba haber ingerido tales sustancias. ¿Quizás me las habían administrado sin mi consentimiento? ¿Tal vez me estaba volviendo loco? ¿Era algún tipo de delirio?

Pero…yo recordaba haber entrado en la gruta. Recuerdo haber atravesado el agujero en la pared de roca. Recuerdo su entrada, llena de zarzas y de abejas. Las abejas no me picaron, pero aún sentía el dolor de algunas espinas del zarzal en las palmas de las manos. Recuerdo los angostos y escurridizos corredores, las gargantas y toboganes excavados en la roca por el agua y la lava durante miles de años. También las cámaras a atravesadas, de fantasía, algunas de ellas, con sus cristales de cuarzo incrustados en las paredes, con estalagmitas de equilibrios imposibles, con el peso de los siglos sobre ellas. Otras, sin embargo, eran estancias carentes de formas definidas, con paredes porosas de lava solidificada, grises, austeras, tristes, polvorientas. Recuerdo cuando al fin, y tras más de cuatro días recorriendo el interior de la tierra, hallamos un adormecido demonio sobre la punta de una roca. Sí, como combinamos la alegría del hallazgo, con la prudencia que merecía. Recuerdo haberme escondido entre aquellas dos grandes rocas. Recuerdo el miedo que sentía. Así pues, todo lo que estaba sucediendo era real.

- ¿Vas a hacerme caso o no? – Chilló con voz de pito el pequeño demonio verde.

Titubeé, y aunque deseé responder algo coherente, e intentar aparentar cierta calma, lo único que conseguí pronunciar fue un leve e inconexo balbuceo:

- Ehhhh… uumm… aahh… baaaahhhh…
- ¡Más vale que empieces a darme un buen motivo para que no te considere parte de mi almuerzo! – Exclamó.

Obviamente, el demonio había empezado su juego, sin encomendarse a nadie, ni esperar a que el contrario se hallara en la cancha. Estaba bromeando, ya que, como todos sabemos, los demonios no comen ni personas, ni animales, ni plantas. Estos seres, son y serán siempre temidos por su famosa ansia de devorar almas. Se alimentan de la desgracia de quien cae en pena y no consigue redimirse, de los desahuciados que pululan contagiando sus enfermedades, de intolerantes y tiranos, de desviados atroces que corrompen y ensucian el mundo, y de los que importunan su voluntad, coartan su poder o invaden su guarida. Estos últimos éramos nosotros.

- Yo…ya me iba…
- ¡No! – Voceó. – ¡Tu no te vas!
- ¿Qué….quieres de mi?
- ¿Has solicitado audiencia? –Preguntó el tenebroso ser, con aire de indiferencia y elevando la barbilla cual emperador romano-.

No pude responder. En ese momento, se oyó un rumor, que provenía de un agujero que había en una de las paredes de la gruta. Poco a poco, el sonido pasó a agravarse, y a convertirse en un fuerte rugido que inundaba la estancia. Entonces, el orificio en el lateral de la cueva vomitó una deforme y voluminosa burbuja de lava que se desparramó sobre las rocas, como la papilla que escupe un bebé sobre su madre cuando los gases ascienden por el mismo camino por el que se empeña en bajar la comida. Después, los enormes manchurrones de piedra fundida comenzaron a deslizarse y a gotear, dibujando un espectacular diagrama fluorescente en medio de la oscuridad.

Noté a continuación un leve hormigueo. Las plantas de los pies percibían la vibración del suelo, que subía por mis pantorrillas hasta mis rodillas, que llevaban ya rato flojeando, pero que a pesar de todo seguían luchando por mantenerme en pie. El temblor aumentó, y se torno más violento. Mis resentidas articulaciones, empezaron a acusar el esfuerzo de haberme llevado, durante varios días, a través de los húmedos pasadizos subterráneos que me condujeron hasta aquel lugar.

El demonio alzó su brazo, y con un leve giro de muñeca, de izquierda a derecha, como si de un gesto de desdén se tratara, describió un círculo, mientras emitía unos sonidos, así como de algún tipo de lenguaje, totalmente imposibles de reproducir, y que sonaron como un suave susurro. Entonces, el suelo tembló. El techo tembló. Todo tembló, y las piedras empezaron a desprenderse de las paredes. Rodaban por las agujas de piedra del fondo de la caverna, precipitándose hacia el vacío. Se desplomaban grandes trozos de techo, partiéndose en mil pedazos al chocar entre sí, y proyectando una rocosa metralla contra las grandes losas del suelo, que se agrietaba y desaparecía hacía el infinito. El pequeño arco de rocas por el que habíamos accedido empezó a desmoronarse. Rocas titubeantes que decidían desprenderse, de forma aleatoria, para ir a cerrar cada vez más nuestro único posible camino de regreso.

En pocos segundos todo cesó. Me encontré tendido y cubierto de polvo. Algunos cascotes me cubrían parcialmente, y otros se encontraban justo debajo de mí, clavando sus afiladas puntas de sílex en todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo. Aunque ligeramente desconcertado, empecé a reaccionar, y a limpiar la capa de arena que cubría mis ojos. Conseguí levantar los párpados, y aunque pequeños granitos de arena insistieron en quedarse adheridos a mis pestañas, de nuevo volví a ver aquel resplandor anaranjado del fondo de la cueva. Las últimas salpicaduras aparecidas en el fondo de la cueva, habían perdido ya parte de su inicial color amarillento, para adquirir la misma tonalidad que la estrecha lengua naranja que lentamente caía hacia la nada.

Como pude, saqué los brazos de entre las piedras, y aparté la tierra que me cubría. Entre los escombros, pude ver un brazo que sobresalía, y aunque por un momento, se me hizo un nudo en la garganta, enseguida comprobé como mi compañero de viaje se movía y trataba de zafarse de los restos del techo que le rodeaban. Ver como se revolvía sin poder salir de la pequeña trampa de piedra en la que se veía envuelto fue un verdadero alivio. En realidad, Kalvin, que así es como se hacía llamar, aunque en realidad ese no era su verdadero nombre, había perdido el conocimiento cuando la voz del demonio verde del otro lado de la gruta sonó por primera vez. En su caso, el miedo bloqueó tanto su cuerpo, que permaneció inmóvil durante un buen rato, como su mente, que aprovechando que su cuerpo había perdido toda capacidad de respuesta, decidió tomarse un pequeño respiro en forma de desmayo que le duró, por lo menos, hasta el momento en que empezó el derrumbe de la cueva.

Continuará...



Por mayoría aplastante, este blog seguirá albergando las dos historias principales que en la actualidad se publican: Cartas a Suzzane y Crónicas de Adalsteinn, además de las otras cosillas que van apareciendo.

Gracias a todos aquellos que contribuis con vuestros votos, comentarios, o simplemente con vuestra lectura, a que este rinconcito vaya progresando día a día.

Aprovecho para mencionar que ya hemos sobrepasado la barrera de las 3000 visitas. Y digo hemos, por que este blog no sería posible sin vosotros.

Un millón de gracias.

Si no lo has hecho aún, te recomiendo la lectura de:
- Crónicas de Adalsteinn (1ª Parte)
- Crónicas de Adalsteinn (2ª Parte)
- Crónicas de Adalsteinn (3ª Parte)

Temí caerme al suelo, inmovilizado por el pavor que sentí al oír su voz. Resonó en toda la gruta, confiriéndole una potencia descomunal. Sonó tan fuerte que se nos erizaron los cabellos, y se desprendieron algunas piedrecillas de las paredes. No nos habíamos dado cuenta, pero él se había percatado de nuestra presencia desde hacía ya un rato, y peor aún, le habíamos dado tiempo para cavilar acerca de nuestra suerte.

Sentí tanto miedo, que a pesar de la potencia y claridad de su voz, no reparé en sus palabras. Tan sólo pensaba hacia mis adentros y me decía:

- No, no te muevas. Quédate quieto. No respires. No arrastres los pies. No muevas ni un dedo. Quizás no te haya visto. Quizás no te está hablando a ti. Saldrás de aquí, y se lo contarás a tus amigos…

Sin embargo, tras una breve pausa, la voz volvió a retumbar en mis oídos, y esta vez sí pude escuchar con claridad sus palabras:


- ¿Que es lo que encuentras tan interesante? – La pregunta me dejaba atónito, pero enseguida continuó su voz. - ¿Has venido hasta aquí sólo para verme?

Dejé que se hiciera el silencio. En realidad no sabía si esas palabras se dirigían a mí, o por el contrario se dirigían a otro demonio. ¡Vaya un pensamiento! No sé que era peor, si el hecho de que un demonio verde me hubiera descubierto, o si por el contrario, el encontrarme en una gruta con un demonio verde, que aunque aún no me había descubierto, estaba hablando con otro demonio, quizás rojo, o quizás negro. ¿Y si me descubrían entonces los dos?

Creí que era un buen momento para volver a echar un vistazo y ver si el demonio había cambiado su posición. Una vez más adelanté ligeramente la cabeza para ver a través del agujero que quedaba entre las dos rocas. Aún estaba ahí, dándonos la espalda. Giró sobre su cintura con un gesto veloz, y me clavó su mirada en los ojos. Aunque estaba a cierta distancia, pude sentir que me estaba mirando a mí. Noté como sus profundos y negros ojos me atravesaban el alma. Mientras yo estaba helado de pavor, quieto, sabiendo ahora ya a ciencia cierta, que era a mí a quien estaba hablando, él dibujo una exagerada e inquietante sonrisa en su cara.
- Te he hecho una pregunta. ¿Por qué no sales de ese ridículo escondite y me la respondes? – Hizo una pausa, amplío aún más su sonrisa, convirtiéndola en una carcajada, y prosiguió: - ¡No te voy a comer!

En ese momento, estallo en una risa aguda e incómoda. Una risa rápida, repetitiva e insistente. Una risa falsa, estúpida e insolente. Una risa que te hacía perder los nervios.
Reuní fuerzas y me alcé de detrás de las rocas. Aunque mantuve mi posición tras las dos grandes piedras que me servían de parapeto, expuse mi rostro al calor del magma y a la visión del demonio.
Me miraba directamente, pegando la barbilla al pecho y entornando ligeramente los ojos. La verdad, es que a pesar del miedo que le tenía, y sabiendo de lo que era capaz, me sorprendí a mi mismo, pensando que su figura, aunque estilizada y resaltada por el deslumbrar magmático de la cueva, resultaba ciertamente ridícula debido a su corta estatura. Aunque no alcancé a distinguir ni los rasgos de su rostro, ni detalles precisos de su fisonomía, creí adivinar un tono verde aceituna en su piel. Hasta ese momento, no había reparado en que el demonio no llevaba ropa alguna. Aunque había leído sobre ello en diversas ocasiones, no dejó de resultarme gracioso, el encontrarme, parapetado tras unas piedras, frente a un demonio enano desnudo, que me sonreía y me miraba. Era una situación ciertamente singular, y tuve que contenerme para que no se tensaran los músculos de mis mejillas, y le mostrasen al demonio una sonrisa.

Continuará...



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