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Las lejanas sirenas de la policía, hicieron más grande, si cabía, el nudo que sentía en la boca del estómago. Tres cadáveres en mi camino, no eran un buen aval ante las autoridades locales, así que creí oportuno poner pies en polvorosa y abandonar el lugar. Obviamente y por algún motivo, hasta el momento, ajeno a mi comprensión, me había involucrado sin saber cómo en una trama de muerte, espionaje, intereses y por tanto, dinero. No entendía de que se trataba, ni siquiera sabía quién era el artífice de tan macabro espectáculo. Pero de algo ya estaba completamente seguro. Mi vida corría peligro.

Albergaba la esperanza de esclarecer el asunto y despejar algunas dudas en mi encuentro con Emily. Al bajar del avión me dio una dirección y me dijo el momento exacto en el que tenía que acudir a ella. De hecho, me indicó que debía estar allí a la hora precisa.
Ni un minuto antes, ni un minuto después. –Aun a pesar de llevar ya varios meses en Malasia, no terminaba de acostumbrarme a ciertas manías de sus gentes, como era por ejemplo, la cuestión de la puntualidad-.

-¡Psssst! ¡Psssst!

Volví mi mirada hacia la portezuela que conducía a la trastienda. De ella, asomaba temerosa la cabeza del anciano, que al verme esbozó una amigable sonrisa y me indicó con la mano que le siguiera. No tenía muchas opciones. Por un lado, las sirenas de la policía sonaban cada vez más cercanas. Por otro, desconocía si el francotirador aguardaba paciente a que yo me dignara a salir de nuevo a la calle para dispararme a mí también. Sin soltar el arma, me aventuré en el oscuro almacén trasero. El hombre, con sumisas reverencias, me señaló una gran caja de madera, para a continuación, volverse hacia una destartalada furgoneta. Sin duda, me estaba proponiendo una vía de escape. Sin embargo, el hecho de dejarme encerrar no terminaba de convencerme. En un arrojo de decisión, el hombre que ya había cargado la caja en la parte trasera del vehículo, estiró de la manga de mi camisa para conducirme al interior del cajón. Frené mi entrada colocando las manos en el borde de madera y dirigiendo una amenazadora mirada a mi improvisado cómplice. Sin embargo, éste sonrió y me empujó amablemente hacia el interior. Me encerró colocando una gran tabla de madera y tapó todo con una lona. El hombre arrancó el depauperado motor de la camioneta, que pedía a gritos la jubilación, o cuanto menos, un buen puñado de ajustes y retoques. Circulamos durante un rato por las calles de la zona portuaria. El olor del salitre y pescado se filtraba por debajo de la lona y algunos rayos de luz rebotaban en el suelo metálico. Nos cruzamos con los coches de policía que se dirigían hacia el callejón y mi única opción era esperar a que parásemos en algún lugar. Al cabo de un rato, la furgoneta se detuvo y el motor se paró. Al fin, podría abandonar el asfixiante calor del bambú y acudir a mi cita con Emily. El anciano me liberó de mi breve encierro y me sonrió.

¡No podía creerlo! Me había llevado a una localidad en las afueras de la ciudad. Ahora debería darme auténtica prisa si quería llegar a tiempo. Empecé a sudar, en parte por lo inoportuno del emplazamiento, en parte por que el sol empezaba ya a clavar sus dardos en mi piel.

Aquel hombre no dejaba de sonreír, lo que estaba empezando a resultarme notoriamente irritante. Sin embargo todo cambió en un instante. Mi irritación se trastornó en ansiedad al oír de nuevo sus palabras:

- Emily, señor. Por aquí. –Y el anciano caminó con garbo hacia una casa de madera que se encontraba junto a la playa a unos doscientos metros del camino-.
- ¡Espere! ¿Quién es usted? ¿Qué sabe de Emily? –Le pregunté mientras le alcanzaba con dos grandes zancadas-.

El hombre sonrió de nuevo. No me quedó más que seguirle, mientras me fijaba en la lujosa casa de la playa. Sin duda, aquella no era la casa de un mercader. Se trataba de una finca protegida por un gran muro, del cual yo no me había percatado pues habíamos cruzado la puerta mientras me hallaba enclaustrado en la parte trasera de la camioneta. Un inmenso jardín, cuidado hasta el extremo y con gran variedad de plantas y flores adornaba –en exceso para mi gusto- los alrededores de la mansión.

A cada paso que daba, con cada cosa que ocurría a mí alrededor, sentía que era por momentos, más y más vulnerable. Desconocía todo cuanto me rodeaba -y aunque yo no me defino como una persona metódica, sí es cierto que me gusta mantener el control de la situación-. Sólo esperaba encontrar a Emily de una vez y que ella me aclarase todo lo sucedido desde mi visita al templo de Borobudur. ¿Qué tenía que ver yo en todo aquello?

Continuará…

Leer el siguiente capítulo.


5 Comments:

  1. +Susana said...
    Que suerte que el amable anciano te haya sacado de allí. A ver si ahora está Emily, aunque no sé, muy fácil parece. Pero en fin, a ver si la encuentras y consigue despejar todas tus dudas y las mias. Excelente descripción del entorno. Besos, Alex.
    Vitalnn said...
    Eso digo yo... ¿cual es tu misión??? Que yo estoy en ascuas...
    Clementine said...
    Hola! Te he dejado una cosita en mi blog, se trata de una historia que estamos complementando diferentes bloggers, seguro que tú le das un fantástico toque personal.

    Saludos!
    Darken said...
    Pues suerte del ancianito sino ya te veo yo mas perdido que a JC (Jesu Cristo) en medio de la Meca.

    Eres genial describiendo chico, ojala se me pegue algo de ti ^_^

    Un abrazo
    Alex said...
    Si, todo resulta extrañamente fácil...¿pero que demonios pintaba allí el viejo? ¿y como sabía de Emily? ¿Y qué es ese extraño lugar al que me ha llevado?

    A ver si Emily nos despeja las dudas de una vez, que nos tiene a todos en ascúas! jejeje

    clementine, voy! :)

    darken, me vas a hacer salir los colores XD

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