Un dulzón aroma a maíz tostado apeló a su sentido olfativo cuando las exuberantes y alegres notas del despertador invadieron su cuarto. Podía imaginar el sabroso bocado inundando su paladar, con una lejana retirada a manteca y canela que le hacían recordar lo bueno de volver a estar en casa. Quizás fuera el apetito matutino. Tal vez el canturreo metálico de una entrañable canción que sonaba de fondo. O puede que, simplemente, su reloj biológico, decidió que era un buen momento para empezar el día. En cualquiera de los casos, pataleó para deshacerse de la maraña de sábanas que envolvía su joven y pálido cuerpo.
Sin saber muy bien el por qué, dibujo una amplia sonrisa, se frotó los ojos y se deshizo de alguna que otra legaña. Estaba sentada en la cama como un indio, con las piernas cruzadas y la espalda suavemente curvada hacia delante, evitando un incómodo contacto directo con la blanca luz de la primavera que asomaba por detrás de la cortina. Abrió los ojos como si fuera la primera vez que lograba hacerlo. Plasmó en un bostezo la satisfacción del que ha descansado durante un relajante y reparador sueño de más de diez horas. Agitó la cabeza en una desenfadada locura, para aclarar lo que sucedía en su mente. Se paró, con la mirada perdida en el infinito, el pelo alborotado y enredado cubriéndole parte de la cara, inspiró, y sonrió de nuevo.
De un salto abandonó la cama, y se puso a saltar y girar al ritmo de la música. Su risa ocupó la habitación, y se coló por las rendijas, invadiendo en parte el resto de la casa.
Había llegado el día. Por fin volvería a verle, y esta vez no sería fruto de la casualidad. En esta ocasión, había sido él quién se había interesado por ella, quién le había pedido que se vieran, a solas, como en las películas o en las novelas, para charlar y conocerse mejor.
- Le gusto. – Pensó.
Abrió la puerta y corrió a la cocina. Su olfato era más veloz que sus pies, que descalzos y ligeramente arqueados para no sentir el frío suelo de terrazo, daban, uno tras otro, enérgicos pasos por el pasillo.
A modo de pijama utilizaba una enorme camiseta de fútbol americano, con un doble cero a la espalda, de color rojo con algunos motivos blancos, y que le llegaba casi hasta las rodillas. Se la regalaron unos amigos que habían viajado en verano a la tierra de los excesos y la comida basura. Sabían que, a pesar de ser una chica muy femenina, no dejaba de sentirse atraída por este tipo de indumentaria.
Se dispuso a comer un poco, a calentar la tripa con una buena taza de chocolate, y a coger fuerzas para no perderse ni un solo detalle del día que acababa de empezar.
Le había costado una eternidad acercarse al que para ella era el chico más guapo del instituto. El que, por otro lado, despertaba más admiración entre los dispersos grupos de arpías insolentes con padres aún más insolentes, que presumían de dinero, caprichos y otras tonterías. Siempre había pensado que alguien así sería sumamente engreído, que rozaría la estupidez si no la sobrepasaba, que encajaría perfectamente en el círculo de brujas maquilladas y con ropa de marca, que acaparaban la atención de las hormonas de los chicos de su edad. Sin embargo, el azar, les hizo coincidir un día en la biblioteca. ¡En la biblioteca! ¿Pero no se suponía que este tipo de chico debía de estar….no sé…jugando al fútbol, o tonteando con alguna chica mayor, o simplemente, mirándose al espejo? Se le estaban empezando a romper los esquemas, y a desvanecerse los estereotipos que ocupaban su cabeza, pero aún fue mayor su sorpresa cuando sus manos coincidieron sobre un mismo libro de una de las estanterías.
Empezaron a charlar, y además de ser guapo, educado y atento, resulto tener intereses que para ella eran hasta ese momento insospechados. Le gustaba la lectura, incluso había escrito algún que otro pequeño ensayo. Le prometió que algún día se los dejaría leer, pero que los guardaba con recelo, y que jamás se los había mostrado a nadie. ¡Dios! El chico más guapo del colegio, el que tiene más fans que un cantante, al que sus amigos le hacen la pelota para arrimarse así de paso a las chicas que pululan a su alrededor, quería compartir con ella algo que no quería compartir con nadie más. ¿Por qué? ¿Qué le impulsaba a tener esa empatía hacia ella? Fuera lo que fuera, ella se sentía cada vez más encandilada por su segura voz, y su serena mirada. Era consciente de que no quería ser una víctima torturada por un chico atractivo, pero aún así su corazón latía con fuerza, y el tiempo se paraba a su alrededor mientras pensaba que tal vez, ese fuera el inicio de algo más.
Tras acicalarse y vestirse, y ponerse unas gotitas de su perfume favorito, tomó un libro que cuidadosamente tenía guardado en un estante de su sala de estudios. Lo abrió, lo ojeó, y acompañándolo con un suspiro, lo cerró y lo tomó por el lomo en la palma de su mano. Salió a la calle, y tras inspirar una profunda bocanada de aire, enfiló en dirección al parque. A pesar de que los rayos de sol acariciaban suavemente sus mejillas, una suave brisa que se colaba bajo la ropa, hacía que aquella fuera una mañana más bien fresca. El cielo tenía un color azul limpio como el agua, y se adornaba con algodones de fantasía en forma de blancas y abultadas nubes que caprichosamente pasaban de una forma a otra, recordando caras, objetos, animales, y difuminándose con otras nubes y con el viento. El olor de las flores se mezclaba con el de la hierba mojada y recién cortada. Algunas golondrinas jugueteaban casi a ras de suelo para elevarse al poco, y volver a descender, persiguiéndose entre ellas, y flirteando como en una exótica danza tribal. Era un día maravilloso.
Etiquetas: Otros relatos
Eres el primer comentario de mi nuevo blog!!! XDDDDD
Pues....no lo sé! XD Pero prometo escribir la continuación.