Queridos vecinos, cuento los días que me faltan para volver a vivir junto a todos vosotros. Quiero que sepáis que nos os guardo rencor alguno, ni siquiera al panadero, puesto que se de buena tinta que fue él quien me denunció. Tampoco a su bella esposa, quién negó que nos hubiéramos acostado juntos en repetidas e irrefrenables ocasiones. Lo entiendo, lo hace para proteger a sus dos hijas: Lilith y Rose. Es normal, igual que lo es el hecho de que esconda que la menor, a pesar de su corta edad, es cleptómana, y le roba al resto de vecinos sin poder reprimirse. Pero no se lo tengan en cuenta, ya que al fin y al cabo, ninguno de ustedes lo ganó de una forma del todo correcta.
Anhelo aquellos días en que veía al mecánico cambiar con el párroco, fotos de aquellos niños por dinero. Pero no se me escandalicen. Los padres de los niños, dueños del pequeño colmado de la esquina, estaban al tanto de todo, pues percibían una parte. Eso me hace quedarme mucho más tranquilo, y espero que a ustedes también.
Supongo que allí todo sigue igual y nada ha cambiado. Aquí tampoco. Sigo viendo, en mis pensamientos, la droga que distribuye el pescatero escondida en sus lubinas y sus doradas. Debe de ser un negocio fructífero, o al menos eso parece, ya que son los policías de nuestro barrio los que custodian la mercancía. Que afanados y aplicados son nuestros agentes. Da gusto vivir en un barrio así.
De hecho, recuerdo como si fuera ayer, aquellos festejos vecinales en los que nos reuníamos todos en la escuela. Allí podíamos contemplar los lugares en dónde se forjaba la generación futura. Es más, podíamos incluso visitar las duchas de los vestuarios, lugar en donde el profesor de educación física sodomizaba a vuestras hijas. Pero no es culpa vuestra, ni del director del centro, ya que éste estaba demasiado atareado falseando las cuentas para costearse las prostitutas que frecuentaban su casa. Aún así, eso no era más que un ciclo, ya que permitía que las mayores de vuestras hijas condujeran costosos coches y lucieran bonitos vestidos.
Pero a pesar de todo, es grato el recuerdo del jardín de la plaza mayor, con gran cantidad de malvas entre aquellos enormes cipreses. Es certero, el apuntar que haber enterrado allí a los dos inspectores del fisco, fue, sin duda, una brillante idea. Se lo debemos al cartero y al alcalde, que fueron por su parte, uno el que avisó de su presencia, y otro el que se encargó de su ausencia. Que bonito es, sin duda, poder contar con tus vecinos cuando más lo necesitas.
Así pues, queridos vecinos, me despido, pero es sólo un hasta pronto, puesto que tengo intención de visitaros dentro de poco, y al igual que yo no os guardo rencor por haberme encerrado, espero que vosotros no me lo guardéis por haber matado al alcalde, al cartero, al director del colegio, al profesor de educación física, al pescatero y sus dos amigos policías, al párroco, al mecánico, al matrimonio del colmado de la esquina, al panadero y a la esposa de éste, y como no, a la ladrona de su hija.
Cartas psicóticas (Carta Primera)
Cartas psicóticas (Carta Segunda)
Etiquetas: cartas psicóticas
4 Comments:
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Felicidades :)
Tu visita es un verdadero orgullo para mi. :D
Sobre tu comentario...la verdad es que me resulta complicado escribir sin añadir esas notas de humor que surgen de ésta, mi mente enfermiza. Jeje.
De todos mis blogs, el que tiene mayor continuidad por mi parte es este, pero pásate por los otros, yo creo que te reirás. ;P
Y a todos los que leeis pero no comentáis...¿A que esperáis? jeje Se que estáis ahí.....yuuuhuuuu...no os escondáaaaaiiiiisssss.... XDDD
He ojeado tus otros blogs, pero me quedo con este, tienes un sentido del humor fantástico. ¡Enhorabuena por tu mente enfermiza! Besosss
Si....lo de los otros blogs es en realidad una especie de entrenamiento para este XD.
Y lo de los vecinos.....ejem....mejor no digo nada...XDD