Leer la historia desde el principio.
Leer el capítulo anterior.
Aquella bala deslizándose lentamente por el aire, produciendo ondas invisibles, desafiando el paso del tiempo, rodando sobre sí misma inherente a mis temores, con la arritmia de la detonación retumbando en mis oídos. Los punzantes cristales atravesando mi piel, derramando mí sangre, roja, cálida y espesa, en inconmensurables estallidos de color al estrellarse contra el suelo. Una lágrima de Emily, susurrando mi nombre, la mirada escondida por un mechón de pelo. Al momento su imagen abalanzándose sobre mi, monstruosa, terrorífica, dispuesta a acabar con mi vida. El miedo me invadía, parecía ver a Hantu apoderándose de mi alma, devorando mis entrañas, sesgando el cuello de aquel chulo, disparando a matar mientras corría hacia el furgón blanco del otro lado de la calle…
Tal vez me despertara por culpa de los escalofríos. Tal vez no. Sudaba abundantemente y apenas sentía mi cuerpo, entumecido en aquel lecho incómodo y maloliente. Mis labios resecos luchando por separarse para pronunciar alguna palabra. Mis párpados parecían negarse a responder a la orden que les daba mi cerebro, de abrirse para dejar entrar algo de luz. Todo se nublaba de nuevo y giraba en una espiral interminable. Creía caer a un abismo, en un viaje sinfín a la profundidad de aquel sueño.
El insistente zumbido de una abeja junto a una de las azaleas del jardín, enturbiaba el dulce tintineo de una de aquellas fuentes de piedra tallada. El aroma del jazmín, las camelias y los rododendros, agolpándose en mi nariz y embriagándome como lo hacían las caricias y besos de Emily. Las risas furtivas y el brillo de sus ojos. Su pelo meciéndose con el viento, sedoso y ligero como las mariposas, juguetón como las golondrinas. Sus brazos entorno a mi cuerpo, sus manos alrededor de mi cuello, apretándolo para robarme la vida. La risa burlona de la muerte rondando mi cabeza, arrastrándome hacia aquel agujero infinito…
Me sentía sucio e incómodo. Para lo poco que empezaba a sentir mi cuerpo, era para experimentar el dolor y el entumecimiento de mis articulaciones. Espontáneamente, sin avisar, entreabrí los ojos para cegarme con la luz que se filtraba por la sencilla cortina que escondía tras de sí una ventana al patio interior. En esfuerzo sublime, conseguí levantar levemente la cabeza y echar un vistazo a mi alrededor. Me hallaba tumbado en el camastro de la habitación de Setiawan, igual de desordenada que cuando la vi por primera vez. Maletas y ropa desperdigada, tapando los rincones y los escasos muebles. El techo desconchado y ennegrecido por la humedad, la puerta cerrada y la luz apagada.
Un pinchazo me hizo recordar que mi brazo andaba agujereado desde hacía algún tiempo. Me sorprendí al ver un extraño vendaje, que me cubría el hombro y medio brazo, practicado con grandes hojas de alguna extraña planta exótica que no había visto hasta entonces. De él, supuraba un anaranjado líquido que parecía ser algún tipo de ungüento o cataplasma y que rezumaba un insufrible olor a podrido.
Temí lo peor y por un instante creí perder el brazo para siempre, idea que en absoluto me agradaba, pues con los años le había tomado apego. Deshice aquel curioso trenzado verde esperando a encontrar un desastre irremediable. Al apartar las hojas, el sirope anaranjado cubría por completo la piel de mi hombro, así que tomé una de las muchas prendas de ropa esparcidas por el suelo y me afané, aunque cuidadosamente, en dejar a la vista el agujero por dónde había entrado la bala.
Desconocía cuanto tiempo llevaba allí tumbado. Podían haber pasado horas, días o semanas. La ligera espesura de mi incipiente barba, picándome bajo la barbilla y los pliegues del cuello, me llevaron a calcular que por lo menos había permanecido en aquel cuartucho no menos de cuatro o cinco días. Por fin terminé de retirar aquella pasta y para mi sorpresa, descubrí una herida cerrada, con una piel nueva, rosada y suave en dónde antes había un agujero. No podía ser. El apestoso remedio había resultado ser milagroso, aunque es cierto, que el hedor que desprendía era tan sorprendente como su eficacia.
Por mi cabeza pasaron miles de preguntas, como por ejemplo, ¿dónde estaba Setiawan? ¿Dónde estaba Emily? ¿Acaso La Organización me habría dado ya por muerto? Debía poner orden a mis ideas, pero sobre todo, necesitaba darme una ducha e ingerir algo sólido.
Continuará...
Etiquetas: cartas a Suzanne
3 Comments:
Entrada más reciente Entrada antigua Inicio
Subscribe to:
Enviar comentarios (Atom)
TREMENDO!!! Me dejas aquí haciendo la ola, jajajaja.
Ya sabes lo que te voy a decir ahora, no?? Vuelve pronto¨!!!
Suerte que te tengo a tí como lectora incondicional, que si no...
Pues por una vez, te he hecho caso y he vuelto pronto.
Mi cabeza echa humo últimamente, así que tal como me pediste en una ocasión, he transcrito sensaciones al blog, aunque sumamente decoradas.
Un beso, lectora incondicional.
Enmascara, decora, e incluso altera la realidad, pero expulsalo desde tus letras.
Por dos motivos, estoy segura que te servirá de ayuda, y en segundo lugar, porque sería una verdadera lástima que dejes de escribir... Tu has leído esta entrada???? Es perfecta!!!
Quiero tu primer libro dedicado, eh??
Ánimo, que aunque parezca un callejón sin salida, miles de ventanas ofreceran su luz, procura estar atento.
Un abrazo amigo.