Si no lo has hecho aún, te recomiendo que leas primero:
- Crónicas de Adalsteinn (1ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (2ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (3ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (4ª Parte).
Por un momento, dudé de si esto era un sueño. Tal vez, y a pesar de no recordar nada, había tomado alguna sustancia psicotrópica que me provocaba estas curiosas alucinaciones. Pero, yo no recordaba haber ingerido tales sustancias. ¿Quizás me las habían administrado sin mi consentimiento? ¿Tal vez me estaba volviendo loco? ¿Era algún tipo de delirio?
Pero…yo recordaba haber entrado en la gruta. Recuerdo haber atravesado el agujero en la pared de roca. Recuerdo su entrada, llena de zarzas y de abejas. Las abejas no me picaron, pero aún sentía el dolor de algunas espinas del zarzal en las palmas de las manos. Recuerdo los angostos y escurridizos corredores, las gargantas y toboganes excavados en la roca por el agua y la lava durante miles de años. También las cámaras a atravesadas, de fantasía, algunas de ellas, con sus cristales de cuarzo incrustados en las paredes, con estalagmitas de equilibrios imposibles, con el peso de los siglos sobre ellas. Otras, sin embargo, eran estancias carentes de formas definidas, con paredes porosas de lava solidificada, grises, austeras, tristes, polvorientas. Recuerdo cuando al fin, y tras más de cuatro días recorriendo el interior de la tierra, hallamos un adormecido demonio sobre la punta de una roca. Sí, como combinamos la alegría del hallazgo, con la prudencia que merecía. Recuerdo haberme escondido entre aquellas dos grandes rocas. Recuerdo el miedo que sentía. Así pues, todo lo que estaba sucediendo era real.
- ¿Vas a hacerme caso o no? – Chilló con voz de pito el pequeño demonio verde.
Titubeé, y aunque deseé responder algo coherente, e intentar aparentar cierta calma, lo único que conseguí pronunciar fue un leve e inconexo balbuceo:
- Ehhhh… uumm… aahh… baaaahhhh…
- ¡Más vale que empieces a darme un buen motivo para que no te considere parte de mi almuerzo! – Exclamó.
Obviamente, el demonio había empezado su juego, sin encomendarse a nadie, ni esperar a que el contrario se hallara en la cancha. Estaba bromeando, ya que, como todos sabemos, los demonios no comen ni personas, ni animales, ni plantas. Estos seres, son y serán siempre temidos por su famosa ansia de devorar almas. Se alimentan de la desgracia de quien cae en pena y no consigue redimirse, de los desahuciados que pululan contagiando sus enfermedades, de intolerantes y tiranos, de desviados atroces que corrompen y ensucian el mundo, y de los que importunan su voluntad, coartan su poder o invaden su guarida. Estos últimos éramos nosotros.
- Yo…ya me iba…
- ¡No! – Voceó. – ¡Tu no te vas!
- ¿Qué….quieres de mi?
- ¿Has solicitado audiencia? –Preguntó el tenebroso ser, con aire de indiferencia y elevando la barbilla cual emperador romano-.
No pude responder. En ese momento, se oyó un rumor, que provenía de un agujero que había en una de las paredes de la gruta. Poco a poco, el sonido pasó a agravarse, y a convertirse en un fuerte rugido que inundaba la estancia. Entonces, el orificio en el lateral de la cueva vomitó una deforme y voluminosa burbuja de lava que se desparramó sobre las rocas, como la papilla que escupe un bebé sobre su madre cuando los gases ascienden por el mismo camino por el que se empeña en bajar la comida. Después, los enormes manchurrones de piedra fundida comenzaron a deslizarse y a gotear, dibujando un espectacular diagrama fluorescente en medio de la oscuridad.
Noté a continuación un leve hormigueo. Las plantas de los pies percibían la vibración del suelo, que subía por mis pantorrillas hasta mis rodillas, que llevaban ya rato flojeando, pero que a pesar de todo seguían luchando por mantenerme en pie. El temblor aumentó, y se torno más violento. Mis resentidas articulaciones, empezaron a acusar el esfuerzo de haberme llevado, durante varios días, a través de los húmedos pasadizos subterráneos que me condujeron hasta aquel lugar.
El demonio alzó su brazo, y con un leve giro de muñeca, de izquierda a derecha, como si de un gesto de desdén se tratara, describió un círculo, mientras emitía unos sonidos, así como de algún tipo de lenguaje, totalmente imposibles de reproducir, y que sonaron como un suave susurro. Entonces, el suelo tembló. El techo tembló. Todo tembló, y las piedras empezaron a desprenderse de las paredes. Rodaban por las agujas de piedra del fondo de la caverna, precipitándose hacia el vacío. Se desplomaban grandes trozos de techo, partiéndose en mil pedazos al chocar entre sí, y proyectando una rocosa metralla contra las grandes losas del suelo, que se agrietaba y desaparecía hacía el infinito. El pequeño arco de rocas por el que habíamos accedido empezó a desmoronarse. Rocas titubeantes que decidían desprenderse, de forma aleatoria, para ir a cerrar cada vez más nuestro único posible camino de regreso.
En pocos segundos todo cesó. Me encontré tendido y cubierto de polvo. Algunos cascotes me cubrían parcialmente, y otros se encontraban justo debajo de mí, clavando sus afiladas puntas de sílex en todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo. Aunque ligeramente desconcertado, empecé a reaccionar, y a limpiar la capa de arena que cubría mis ojos. Conseguí levantar los párpados, y aunque pequeños granitos de arena insistieron en quedarse adheridos a mis pestañas, de nuevo volví a ver aquel resplandor anaranjado del fondo de la cueva. Las últimas salpicaduras aparecidas en el fondo de la cueva, habían perdido ya parte de su inicial color amarillento, para adquirir la misma tonalidad que la estrecha lengua naranja que lentamente caía hacia la nada.
Como pude, saqué los brazos de entre las piedras, y aparté la tierra que me cubría. Entre los escombros, pude ver un brazo que sobresalía, y aunque por un momento, se me hizo un nudo en la garganta, enseguida comprobé como mi compañero de viaje se movía y trataba de zafarse de los restos del techo que le rodeaban. Ver como se revolvía sin poder salir de la pequeña trampa de piedra en la que se veía envuelto fue un verdadero alivio. En realidad, Kalvin, que así es como se hacía llamar, aunque en realidad ese no era su verdadero nombre, había perdido el conocimiento cuando la voz del demonio verde del otro lado de la gruta sonó por primera vez. En su caso, el miedo bloqueó tanto su cuerpo, que permaneció inmóvil durante un buen rato, como su mente, que aprovechando que su cuerpo había perdido toda capacidad de respuesta, decidió tomarse un pequeño respiro en forma de desmayo que le duró, por lo menos, hasta el momento en que empezó el derrumbe de la cueva.
Continuará...
- Crónicas de Adalsteinn (1ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (2ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (3ª Parte).
- Crónicas de Adalsteinn (4ª Parte).
Por un momento, dudé de si esto era un sueño. Tal vez, y a pesar de no recordar nada, había tomado alguna sustancia psicotrópica que me provocaba estas curiosas alucinaciones. Pero, yo no recordaba haber ingerido tales sustancias. ¿Quizás me las habían administrado sin mi consentimiento? ¿Tal vez me estaba volviendo loco? ¿Era algún tipo de delirio?
Pero…yo recordaba haber entrado en la gruta. Recuerdo haber atravesado el agujero en la pared de roca. Recuerdo su entrada, llena de zarzas y de abejas. Las abejas no me picaron, pero aún sentía el dolor de algunas espinas del zarzal en las palmas de las manos. Recuerdo los angostos y escurridizos corredores, las gargantas y toboganes excavados en la roca por el agua y la lava durante miles de años. También las cámaras a atravesadas, de fantasía, algunas de ellas, con sus cristales de cuarzo incrustados en las paredes, con estalagmitas de equilibrios imposibles, con el peso de los siglos sobre ellas. Otras, sin embargo, eran estancias carentes de formas definidas, con paredes porosas de lava solidificada, grises, austeras, tristes, polvorientas. Recuerdo cuando al fin, y tras más de cuatro días recorriendo el interior de la tierra, hallamos un adormecido demonio sobre la punta de una roca. Sí, como combinamos la alegría del hallazgo, con la prudencia que merecía. Recuerdo haberme escondido entre aquellas dos grandes rocas. Recuerdo el miedo que sentía. Así pues, todo lo que estaba sucediendo era real.
- ¿Vas a hacerme caso o no? – Chilló con voz de pito el pequeño demonio verde.
Titubeé, y aunque deseé responder algo coherente, e intentar aparentar cierta calma, lo único que conseguí pronunciar fue un leve e inconexo balbuceo:
- Ehhhh… uumm… aahh… baaaahhhh…
- ¡Más vale que empieces a darme un buen motivo para que no te considere parte de mi almuerzo! – Exclamó.
Obviamente, el demonio había empezado su juego, sin encomendarse a nadie, ni esperar a que el contrario se hallara en la cancha. Estaba bromeando, ya que, como todos sabemos, los demonios no comen ni personas, ni animales, ni plantas. Estos seres, son y serán siempre temidos por su famosa ansia de devorar almas. Se alimentan de la desgracia de quien cae en pena y no consigue redimirse, de los desahuciados que pululan contagiando sus enfermedades, de intolerantes y tiranos, de desviados atroces que corrompen y ensucian el mundo, y de los que importunan su voluntad, coartan su poder o invaden su guarida. Estos últimos éramos nosotros.
- Yo…ya me iba…
- ¡No! – Voceó. – ¡Tu no te vas!
- ¿Qué….quieres de mi?
- ¿Has solicitado audiencia? –Preguntó el tenebroso ser, con aire de indiferencia y elevando la barbilla cual emperador romano-.
No pude responder. En ese momento, se oyó un rumor, que provenía de un agujero que había en una de las paredes de la gruta. Poco a poco, el sonido pasó a agravarse, y a convertirse en un fuerte rugido que inundaba la estancia. Entonces, el orificio en el lateral de la cueva vomitó una deforme y voluminosa burbuja de lava que se desparramó sobre las rocas, como la papilla que escupe un bebé sobre su madre cuando los gases ascienden por el mismo camino por el que se empeña en bajar la comida. Después, los enormes manchurrones de piedra fundida comenzaron a deslizarse y a gotear, dibujando un espectacular diagrama fluorescente en medio de la oscuridad.
Noté a continuación un leve hormigueo. Las plantas de los pies percibían la vibración del suelo, que subía por mis pantorrillas hasta mis rodillas, que llevaban ya rato flojeando, pero que a pesar de todo seguían luchando por mantenerme en pie. El temblor aumentó, y se torno más violento. Mis resentidas articulaciones, empezaron a acusar el esfuerzo de haberme llevado, durante varios días, a través de los húmedos pasadizos subterráneos que me condujeron hasta aquel lugar.
El demonio alzó su brazo, y con un leve giro de muñeca, de izquierda a derecha, como si de un gesto de desdén se tratara, describió un círculo, mientras emitía unos sonidos, así como de algún tipo de lenguaje, totalmente imposibles de reproducir, y que sonaron como un suave susurro. Entonces, el suelo tembló. El techo tembló. Todo tembló, y las piedras empezaron a desprenderse de las paredes. Rodaban por las agujas de piedra del fondo de la caverna, precipitándose hacia el vacío. Se desplomaban grandes trozos de techo, partiéndose en mil pedazos al chocar entre sí, y proyectando una rocosa metralla contra las grandes losas del suelo, que se agrietaba y desaparecía hacía el infinito. El pequeño arco de rocas por el que habíamos accedido empezó a desmoronarse. Rocas titubeantes que decidían desprenderse, de forma aleatoria, para ir a cerrar cada vez más nuestro único posible camino de regreso.
En pocos segundos todo cesó. Me encontré tendido y cubierto de polvo. Algunos cascotes me cubrían parcialmente, y otros se encontraban justo debajo de mí, clavando sus afiladas puntas de sílex en todos y cada uno de los músculos de mi cuerpo. Aunque ligeramente desconcertado, empecé a reaccionar, y a limpiar la capa de arena que cubría mis ojos. Conseguí levantar los párpados, y aunque pequeños granitos de arena insistieron en quedarse adheridos a mis pestañas, de nuevo volví a ver aquel resplandor anaranjado del fondo de la cueva. Las últimas salpicaduras aparecidas en el fondo de la cueva, habían perdido ya parte de su inicial color amarillento, para adquirir la misma tonalidad que la estrecha lengua naranja que lentamente caía hacia la nada.
Como pude, saqué los brazos de entre las piedras, y aparté la tierra que me cubría. Entre los escombros, pude ver un brazo que sobresalía, y aunque por un momento, se me hizo un nudo en la garganta, enseguida comprobé como mi compañero de viaje se movía y trataba de zafarse de los restos del techo que le rodeaban. Ver como se revolvía sin poder salir de la pequeña trampa de piedra en la que se veía envuelto fue un verdadero alivio. En realidad, Kalvin, que así es como se hacía llamar, aunque en realidad ese no era su verdadero nombre, había perdido el conocimiento cuando la voz del demonio verde del otro lado de la gruta sonó por primera vez. En su caso, el miedo bloqueó tanto su cuerpo, que permaneció inmóvil durante un buen rato, como su mente, que aprovechando que su cuerpo había perdido toda capacidad de respuesta, decidió tomarse un pequeño respiro en forma de desmayo que le duró, por lo menos, hasta el momento en que empezó el derrumbe de la cueva.
Continuará...
Etiquetas: Crónicas de Adalsteinn
10 Comments:
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Gracias por pasarte y comentar. Ahora mismo te devuelvo la visita, que me tiene intrigado el título de tu blog.
Espero que te "enganches" a mis pequeñas historias.
Un abrazo!
Me ha encantado la forma de narrar el principio del delirio... es fantástico.
Ya sabes que espero la siguiente entrega impaciente!!!!
Ciao
Silvia.
Caray, mejor empiezo a leerte por las noches, si lo hago por la mañana luego no duermo.
Un biquiño desde Coruña.
Diana.
vitalweb: Me encanta que te encante! Espero poder subir pronto más. XD
Diana: Gracias por pasarte y comentar. Espero que te conviertas en asídua y disfrutes con mis locuras. ;)
Por cierto, que tierno suena eso en galego! XD
Ciaoooooooooo
Un abrazo.
Vitalweb, vooooyyyyy!!!!!!! :D